Un cabeza
Somos de no aceptar las leyes, los
reglamentos. De no respetarlos. Desde el máS importante al mínimo, el que nos
obliga a andar por la calle de una manera, el que prohíbe fijar carteles o
pisar el césped por ejemplo. Somos una raza curiosa de ciudadanos dentro del
mundo. Nada afectos a cumplir con la norma que en algún momento decidimos
adoptar.
Sin embargo, cuando niños fuimos
capaces (y aún hoy lo haríamos) de retirarnos de una canchita, de un baldío, de
un potrero y hasta del garaje de la casa si creíamos que nos hacían trampas a “la
cabecita”. Porque reglamento como el de “UN CABEZA” había pocos de cumplimento
absoluto. Y si bien, el mismo tiene versiones diferentes según el barrio o la
ciudad, cuando se jugaba “un cabeza” se conocían de memoria los contenidos del
juego y había que cumplirlos. Rebote de palo vale tres, escapadita dos, doble
cabeza cuatro; por ejemplo. Y a partir de lo que seguramente Usted señor lector
estará recordando de sus entrañables tenidas a la cabecita surgen decenas de
recuerdos.
La pelota, era conveniente fuera
chica. Jugar a la cabecita con una número cinco era un despropósito. La ideal y
más extraordinaria era la Pulpo
de goma que picaban hasta el cielo. ¿Jugar individual o en parejas?
Las reglas: ¿se podía soltar la
pelota muy alto? ¿cuánto por sobre la cabeza? ¿Podía adelantarse el cabeceador?
Mejor trazar una línea imaginaria límite para cabecear.
Todas reglas respetadas a
rajatabla. Si hasta vivimos una vida discutiendo y hasta dando por terminado un
partido por cuestiones imaginarias: “pasó por arriba del palo”… si eran de un
montículo de ropa. “Alto.. fue alto” ¿Como determinábamos que era alto? Y…mas ò
menos.
Un travesaño virtual. Y así
transcurrían nuestras tardes entre códigos no escritos pero que, aunque nos
enojaran a veces y pretendiéramos burlar otras, aceptábamos.
Es que si no, No se podía jugar. Sin
ese acuerdo tácito o expreso entre las partes no se comenzaba el partido. Como
en una mesa de truco. Antes de empezar sabemos si es con flor ò no, si usamos
las zotas, si es a nueve y nueve, malas y buenas.
Pero, en los juegos de mesa, aún con
los naipes, no se da la impronta que el movimiento de una cabecita da al jugar
“un cabeza”. En todo caso, se puede equiparar a un campeonato a penales. Pero
hasta en esa especialidad todo es más rígido: Te adelantás o no y, es gol o no.
Y te digo má, si toma sabor el torneo de penales es por agregar las ordenanzas
de UN CABEZA. Rebote de palo o escapadita, alto o por arriba del palo.
UN CABEZA, es el juego que contiene
entonces, condimentos que desde un acto lúdico de pura simpleza, nos pueden
apasionar hasta disgustarnos mucho si perdemos y entrar en locura temporal, si
el triunfo es nuestro.
Toda una siesta de cabecita supone
una tortícolis importante la mañana siguiente, sobre todo, si uno cabecea
siempre con el mismo parietal. En los tiempos en que se usaba mucho abrazar al
amigo para caminar, en esa señal inequívoca de la amistad perfecta (la de la
calle, la del futbol), ir hacia el baldío podíamos hacerlo, tal vez, separados,
pero la vuelta, LA VUELTA,
gane quien gane y con parada obligada en el kiosco para comprar la gaseosa de
vidrio que había que abrir con destapador o con los dientes y llevarla al árbol
de enfrente, LA VUELTA
decía, era con los cachetes colorados y abrazados al amigo, con ese sabor de haber participado
de un juego que no está contemplado por AFA ni por FIFA y mucho menos en los
juegos Olímpicos.
Jugar “UN CABEZA”... Mire, le voy a
confesar, yo creo que a muchos de nosotros, si nos dieran la chance de volver, pongalé a una siesta de escape furtivo, elegiríamos tomar la bici o en todo
caso a pata, ir hasta la canchita, de tierra, de pasto, de baldosas o de lo que
sea, y jugar UN CABEZA, PORQUE ESA DEBE SER LA MAS INSIGNICANTES
DE LAS DEMOSTRACIONES QUE PUEDE HABER PARA CONVENCERNOS QUE SER FELICES NO
CUESTA TANTO. Yo por las dudas, traje la Pulpo, digo, por si le pinta un cabeza UNA SIESTA
DE ESTAS
Adaptación del escrito "cabecita" del colega
Osvaldo Wehbe.
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