Populismo, populacho, populistas

Debo reconocer que me siguen incomodando algunos usos del término “populismo”. Primero, porque la definición es impuesta por el liberalismo como acusación, y el que nombra y denomina también identifica, define, acota y marca la existencia. Segundo, porque las experiencias nacionales y populares no entran invariablemente en la definición por extensión de “un tipo de gobierno asistencialista, demagógico, de inspiración nacional, que gasta más de lo que tiene y que pasa por sobre las instituciones y la ley amparado en la fuerza que le da el apoyo de esa entidad supraindividual llamada pueblo”. Tercero, porque la ampliación democrática que marca Laclau excede, incluso, los márgenes del concepto “populismo” pensado en términos positivos.
Entre el corset de la democracia liberal europea –ya sea en su versión conservadora o progresista– y el corporativismo de corte fascista ligado, en última instancia, a los populismos de principios del siglo pasado, por ejemplo, hay una serie de modelos de participación democrática que pivotean entre uno y otro concepto. Incluso si uno analiza, tanto el primer gobierno peronista como el actual proceso kirchnerista, comprobará que existe un mayor respeto al marco institucional liberal que en los supuestos gobiernos liberales conservadores, que nunca ahorraron recursos como el fraude, la proscripción, la connivencia con el partido militar, etcétera. Pero lo que sí hicieron es sumar a la legalidad –esto se experimenta aun más en los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner que en el de Juan Domingo Perón, que tuvo una espiral autoritaria producto, también, de la época– un tipo de ampliación ciudadana, por dentro y por fuera del sistema, poco presente en gobiernos de otro tipo.
Hernan Brienza para Tiempo Argentino. Toda la nota acá

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