Trazando agenda

Hay veces que no vale la pena ponerse a escribir cuando uno encuentra ya plasmado todo su pensamiento, por eso y además porque es mejor pluma que la de éste escriba, les dejo un extracto de Mario Wainfeld del día de hoy:

Todo régimen electoral incide sobre la conducta de los ciudadanos, en proporciones variables. Ese peso inevitable debe ser dosificado para evitar que el poder normativo genere un sistema viable y estable sin resentir la voluntad popular. La implosión de los partidos políticos, en esto hay bastante coincidencia, ha sido aciaga para el sistema democrático. Se dice menos pero también sería infausta su restauración automática. Ni qué decir su reposición, sacando a los dos más poderosos del freezer. Al desbarajuste provocado por la fragmentación del PJ y la UCR, el surgimiento de minipartidos que son casi el chasis de un referente, se sumó la creatividad criolla para generar alternativas veloces y eficaces. La laxitud de las reglas contribuyó, la astucia (a menudo la malicia) de los protagonistas añadió más confusión e innovaciones: partidos de un candidato, colectoras, neolemas, listas espejo, candidatos testimoniales son ejemplos de tácticas capciosas tuteladas por la anarquía general.

Bueno es que un orden racional, pluralista y claramente regulado desplace a uno cuyos lineamientos se redefinen en cada comicio. Pero el tránsito del caos a un orden más sensato no puede ser fulmíneo. Ninguna reforma será plausible si cierra el paso a figuras o partidos que han ganado legitimidad y protagonismo con las actuales reglas de juego. Es imprescindible sincerar las afiliaciones a los partidos, dibujadas (cuanto menos, sospechosas) en casi todos los casos. Pero sería inadmisible blindar el escenario de 2011 discriminando a quienes fueron validados en las urnas o a fuerzas emergentes por vía de reglas sólo accesibles a los grandes partidos.

La legalidad es una de las vigas de un sistema político, piensa el cronista tratando de conciliar democracia y república (anche populismo bien entendido), la otra es la legitimidad. Ambas deben ser custodiadas en un orden que se pretende duradero y ejemplar.

Las primarias abiertas y simultáneas han sido una demanda recurrente de dirigentes, académicos y analistas políticos. Sus virtudes, tan manifiestas como relevantes, son incitar a la participación, politizar a la población, construir desde el pie legitimidad y conocimiento de los candidatos. Son buenos pergaminos que no dejan de tener contrapartidas. La más patente es menoscabar el rol del afiliado cuyo compromiso con la vida partidaria no le reditúa ningún beneficio a la hora de ungir candidatos. La competencia simultánea, la exacerbación del rol del ciudadano “independiente” (como tendencia menos comprometido, menos militante, menos politizado que el afiliado) “empuja” a los protagonistas a luchar por el elector flotante, indefinido, eventualmente fofo. Quedan feos, como mínimo a contracorriente, esos señalamientos acerca de los “indecisos” a menudo exaltados como el paradigma a seguir... pero algo de eso hay.

La charada no es resoluble en términos ideales. Si se incentiva la participación de los no iniciados, su influencia puede ser desproporcionada. Si se los “deja en su casa”, la democracia puede circunscribirse a un juego de iniciados, vale decir de pocos. Uno de tantos dilemas que no resuelve ninguna reforma, sino la capacidad de los dirigentes de galvanizar a las poblaciones. No está de moda en la aldea global ni en esta comarca.

La ausencia de elecciones inminentes se compensa largamente con la intransigencia que signa el clima político. El oficialismo aporta lo suyo, la oposición no se priva de nada. Fragmentada hasta la cariocinesis, invoca unidad para copar comisiones y, quién sabe, presidencia de cámaras del Congreso. El Acuerdo Cívico Social se astilló en distintas vertientes con poco diálogo interior: Elisa Carrió, Margarita Stolbizer, Hermes Binner, Gerardo Morales no interactúan a menudo, no unifican personería, no tienen “mesas” de consensos.

Del lado del PJ todos rezongan contra Carlos Reutemann. Solá y De Narváez ya no riñen porque no se ven. “Felipe” y Mauricio Macri sinceraron que no son aliados. Eduardo Duhalde aduce ser el patriarca del conjunto, que no le valida esa investidura. Entre peronistas y radicales los puentes son escasos. Es flagrante mala fe basarse en la unidad de ese universo polarizado para tomar por asalto el Parlamento.

Sin embargo, ésa es la mayor prenda de unidad, el motor para sus acciones cotidianas. Los acicatean las corporaciones mediáticas y agropecuarias que ocupan el lugar de su conducción, ya que los dirigentes no consiguen pactar un liderazgo ni imponerlo. Con ese bagaje, esperan cambiar el panorama a partir del 10 de diciembre. Hasta entonces, seguirá primando el oficialismo, cuya recuperación poselectoral sorprendió a casi todos y les hizo perder la chaveta a los poderes fácticos, cada vez más sacados y desembozados. Sobre todo cuando le marcan el paso a una ristra de presidenciables, de ordinario muy obedientes.

Las negritas son propias y por último, aún recuerdo ésta foto y saben qué cambió, de ese momento a hoy, nada. La agenda, la sigue trazando la Sra. Presidenta.

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